Breve historia de la moda en el Madrid del siglo XIX.
La transformación de Madrid en la primera mitad del siglo XIX fue un hecho notorio. El crecimiento urbano atendió a diferentes factores: el aumento de la población, la demanda inmobiliaria y un mercado de consumo. Sin embargo, el incremento de los índices de población obedeció más al fenómeno de la inmigración, ya que la mortalidad siguió estando por encima de la natalidad. La fecha de 1830 es clave en la percepción de los cambios que se registraron. La definición de la burguesía dedicada a negocios mercantiles y financieros puso en marcha un mecanismo que repercutió directamente en el consumo, pero este consumo no se circunscribió con exclusividad a las clases pudientes.
En esa imagen cambiante de la villa también tuvieron mucho que decir la facilidad de las comunicaciones, que permitió introducir mercancías desde otras procedencias, y una mayor confianza en las industrias nacionales.
En palabras de Vicente Palacio Atard “Hacia 1850 Madrid es una población que crece, se renueva y en términos generales, prospera”. Asimismo, Mesonero Romanos hace una radiografía sobre la geografía de los talleres inspirados en sus contemporáneos extranjeros y distribuidos en el entorno más populoso de la villa: “Innumerables sastres, modistas, camiseros, sombrereros y demás que de todos los puntos de Europa afluyen a la Puerta del Sol y ostentan sus elegantes muestras y talleres en la calle de la Montera, Mayor y de Carretas, Carrera de San jerónimo, etc., han emancipado absolutamente a nuestros elegantes de la tutela de las calles de la Paix, Vivienne y Palais Royal de París”.
Madoz en su Diccionario resalta la nueva realidad que estaba experimentando el ámbito matritense: la implantación de una moderna arquitectura destinada a los pasajes comerciales, nuevos espacios de dinamización comercial, aunque sin dejar de ofrecer su visión más crítica respecto de los mismos. El desarrollo de la industria textil puso en el mercado mercancías que abastecían los talleres y satisfacían los anhelos femeninos. Tejidos, pasamanerías, botones, y vistosos adornos para vestidos y sombreros se ofrecían en una inmensa variedad. De ellos se surtían las modistas de mayor renombre, los talleres más modestos y las jóvenes y señoras, que conjugando habilidad y recursos limitados, no renunciaban a ir a la moda.
LA SEDUCCIÓN DE LA MODA
La moda, esa majestuosa tirana, se impone y dirige la vida de las mujeres independientemente de su condición. Su efecto fascinador tiene que ver con la condición femenina y lo que ésta representa en la sociedad decimonónica.
Asimismo, el hecho de que a mediados del XIX en el trono estuviera una dama, Isabel II, pudo influir en esta circunstancia. El espejo, ya sea de tocador o basculante, se convierte en una metáfora. La mujer se ve como un espejo “de”: de su familia, de su esposo. La mujer depende del elemento masculino. Sin embargo, la moda le permite gozar de “cierta independencia”. El vestido no sólo representa algo material que envuelve el cuerpo, de acuerdo con ciertos principios de decoro y modestia. El vestido es el marco representativo, la “tarjeta de visita” de una dama. De forma subliminal en el vestido están prendidos muchos elementos que nos conducen más allá que a definirlo como un “bonito” y elegante traje. En estos años que nos ocupan todavía el salón o paseo del Prado era el lugar indiscutible para el lucimiento personal y para conocer la variedad y elegancia de las damas de la Corte.
La ubicación de los talleres y casas de modas así como la de los comercios relacionados con esta especialidad se distribuyeron en el centro, en las inmediaciones a Palacio. Espacio, por otro lado, históricamente ocupado por los gremios. El comercio de menor categoría y calidad se ubicó en el entorno del la Plaza Mayor derivando hacia la calle de Toledo, donde se distribuyó el comercio de ropas hechas.
La Puerta del Sol en un atardecer de primavera de 1876, según grabado de Pellicer en La Ilustración Española y Americana el 08/05/76. Hervidero social que la publicación califica como la gran fábrica de reputaciones contemporáneas.
EL OFICIO DEL MODISTA
La existencia de estos talleres, tiendas de modista o salones de modas nos habla de un oficio regentado y dirigido por mujeres. Pero históricamente la ejecución de trajes y vestidos estuvo en manos de los sastres. Las mujeres relacionadas con las labores de aguja realizaban trabajos menores, simples composturas y arreglos. La fuerte estructura gremial condicionó el desarrollo y la evolución de este oficio femenino, ya que los sastres cortaban y cosían los trajes de hombres y mujeres.
Más allá de la especialización que desarrollaron las modistas, el comercio relacionado con el vestido en su más amplia extensión estaba integrado por sastres, ropavejeros, tratantes de ropa usada, etc. Dentro de esta variedad surgieron fricciones. El tradicional gremio de los sastres percibió como amenaza la competencia que ejercieron las modistas y los otros profesionales de la confección. Aquéllas no llegaron a constituirse en ninguna corporación, pero con el transcurrir de los tiempos encontraron su sitio: abrieron sus talleres con autonomía y otros pasaron de madres a hijas, alcanzando alguno gran prestigio.
De trabajos casi clandestinos, las modistas pasaron a tener una importancia y consideración social. En la consolidación de esta actividad la instrucción femenina fue otro paso más. La enseñanza de labores tuvo un lugar preeminente en la instrucción. El fomento de las virtudes domésticas fue un asunto prioritario: la adquisición de los rudimentos necesarios para un buen gobierno de la casa y el conocimiento de todo tipo de labores definió la educación de los futuros “ángeles del hogar”. Se contemplaba todo tipo de enseñanza de labores: bordados en una inmensa variedad y el aprendizaje de diferentes especialidades de costura, costura a la española, a la francesa e inglesa.
De forma paralela a la enseñanza, la publicación de revistas femeninas, de revistas de moda y de manuales de labores y costura y métodos de corte y confección consolidó y afianzó la dedicación femenina a la aguja, ya fuera como distracción, o como vehículo para sacar adelante a las familias.
Hasta mediados del siglo XIX no encontramos obras teóricas fruto de la experiencia femenina. Maestras y modistas prepararon sistemas de corte o métodos de confección para facilitar y perfeccionar el aprendizaje. Entre ellos, destacamos el de Filomena Arregui, que recoge una selección de patrones a pequeña escala tanto de indumentaria femenina como masculina. Otros tienen un mayor contenido teórico y no faltan las breves noticias sobre geometría.
La circunstancia de que algunos de estos manuales o tratados teóricos de corte y confección estén firmados por mujeres nos permite realizar alguna que otra reflexión. Por un lado, el interés suscitado por este aprendizaje en gran medida impulsado por la enseñanza primaria que se fue generalizando. De otro, no hay que olvidar que algunos de ellos están pensados como material didáctico.
Así se recoge en el prólogo del tratado publicado por Mercedes Carbonell, maestra de instrucción primaria superior: “La enseñanza del Corte se ha extendido de tal manera en estos últimos años, que bien puede decirse que forma una de las ramas más principales de la instrucción de la mujer; y se comprende que así sea, pues le abre fértiles campos a su iniciativa y le proporciona medios apropiados dentro de su esfera para vivir económica y aún para proporcionarse el sustento; más no es esto solo lo que ha contribuido al desarrollo progresivo de esta enseñanza, sino el que el Corte y confección engloba todas las de la mujer dando aplicación a los bordados, encajes, etc., adaptándolas en prendas bien cortadas y confeccionadas y aumentando con ello el estímulo de las niñas; por lo tanto las que a su profesorado nos dedicamos, tenemos la obligación moral de buscar toda suerte de adelantos, para que la mismo tiempo que lo perfeccionan sean lo suficientemente fáciles para que puedan asimilarlo las tiernas inteligencias de las niñas, correspondiendo de esta suerte a la importancia que esta enseñanza ha adquirido”.
Para finales de la década de los treinta del siglo XIX, la educación de las mujeres había mejorado, teniendo presente la educación que había recibido la generación anterior. Sin embargo, la instrucción recibida estaba limitada por la función de la mujer a ser madre y esposa, y por una marcada jerarquización de los sexos, en la que tenía un papel claramente subordinado.
Otro cauce que redundó en el conocimiento de las artes de la costura fueron tanto las revistas femeninas, como las revistas de moda que a lo largo de todo el siglo XIX se fueron publicando. Revistas como La Mariposa, Correo de las Damas, El Correo de la Moda, El Buen Tono, La Moda, Ellas incluían una sección de modas, relatando las últimas novedades parisinas, habitualmente ilustradas con un figurín a color, modelos de labores y pautas para su ejecución.
Es interesante señalar que la prensa destinada al público femenino publicada en la década de los años cuarenta fue contando con cada vez más colaboraciones femeninas y, mediando la centuria, algunas de ellas pasaron a ser dirigidas por mujeres. La mecanización introdujo cambios. Inicialmente, la generalización de la máquina de coser se presentó como un enemigo crucial, pero sus consecuencias no fueron tan aniquiladoras. Las primeras máquinas no estuvieron al alcance de todos los talleres ni de las jóvenes costureras.
Por otro lado, aunque, no cabe duda de que simplificaron el trabajo, lo cierto es que al principio sólo permitían mecanizar los pespuntes. La ejecución de un traje femenino de mediados del siglo XIX resultaba una labor compleja por el número de piezas que había que ensartar, la incorporación de ballenas y la aplicación de adornos, pasamanerías y otros detalles que, necesariamente, había que coser a mano. Los nombres de Thimonnier, Howe y Singer están unidos al desarrollo de la máquina de coser, si bien desde mediados del siglo XVIII se inician las primeras apuestas por la mecanización de la costura.
MODISTAS Y MODISTILLAS
No cabe ninguna duda de que el crecimiento de talleres, obradores y salones de moda fue incrementándose a lo largo de los años. Baste, simplemente, consultar la Guía comercial de Madrid. Anuario del comercio para constatar qué talleres se mantienen y los que surgen nuevos. En 1863 se contabilizan 56 establecimientos comerciales de titularidad femenina, frente a los 266 para 1887.
Otra manera indirecta de valorar el creciente incremento de esta actividad es considerar las necesidades indumentarias de la población. No sólo se vestían, y muy elegantemente, algunas damas y caballeros, sino que otros talleres se ocupaban de confeccionar prendas para militares o para niños. Además, cierta organización y distribución industrial fue diseñada para abastecer los almacenes y comercios de prendas hechas, con precios más asequibles.
La estructura organizativa de los talleres estaba en relación directa con la importancia de los mismos. Los talleres y salones más selectos contaban con la modista titular que ejercía de directora, una o varias oficiales, quienes asumían el corte de las prendas y las aprendizas o modistillas que ingresaban en el taller para asumir el aprendizaje.
Los horarios y salarios dependían de la especialización, aunque podemos sentenciar que aquéllos eran largos y éstos escasos. Las tediosas jornadas estaban en relación con la demanda y la actividad social, muy intensa en los meses de invierno, cuando muchos de los salones se abrían.
La Puerta del Sol, una tarde de 1870. Llena de vida como siempre, se observan multitud de paseantes, los tranvías de tiro animal y los toldos de los comercios. Al fondo, el hotel París entre la Calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo.
La modista se convirtió en un tipo popular, original, que dio lugar a reflexiones literarias y a personajes de novela y teatro. De la joven modista se destaca su alegría, su desparpajo, y su espíritu enamoradizo, su discreción y su sencillez aunque, a veces, este prototipo no se cumplía, como se indica a continuación: “A las siete de la mañana la veréis dirigirse al taller peripuesta, limpia y bien peinada, y aunque pobre y sencillamente vestida, siempre en ella hallaréis maneras aristocráticas. Hay algunas que más aficionadas al boato y a la ostentación, burlando su pobreza, logran vestir el último figurín (como dicen en nuestros afrancesados tiempos los amantes de introducir novedad hasta en el vocabulario vulgar) con ricos y elegantes trajes; siendo afortunadamente en reducido número las que esto hacen, porque el jornal no da para tanto y se exponen a ser blanco de una fundada murmuración”.
Aparte de esta consideración, también se achacaba a las modistas ser la ruina de las economías más modestas: “La modista es una calamidad que no conocieron nuestras madres; a la ausencia de ella debió más de un marido su reposo, más de una esposa su respetabilidad, algunas vírgenes su modestia y muchas familias la conservación de su fortuna. En el día es artículo de primera necesidad. Para las mujeres ha venido a ser la modista como la aparición de una octava maravilla; para los maridos y los padres, ha venido a ser la octava plaga. Aquellas han hallado en la modista el cosmético infalible para aumentar sus encantos; éstos una agresión constante contra sus bolsillos”.
Esta denuncia es un asunto recurrente y se repite en diferentes fuentes, sobre todo, en los propios manuales de instrucción y desde las revistas, recomendando a las madres que no alentasen en sus hijas actitudes alejadas del pudor y la honestidad.
MODISTAS FRANCESAS Y MODISTAS ESPAÑOLAS
El influjo francés en asuntos de moda es algo constatable desde el siglo XVIII. Cuando se impuso viajar, era oportuno, e incluso obligado, trasladarse a París para hacer acopio de las últimas novedades. Precisamente la facilidad de las comunicaciones permitió disponer con cierta prontitud de todo aquello que otros mercados ofrecían y el comercio madrileño no duda en satisfacer cualquier exigencia.
Las novedades parisinas eran acogidas con gran revuelo y alboroto. Comerciantes y modistas anunciaban entre sus mercancías ofrecían productos procedentes del país vecino con toda la impronta de modernidad. Sin embargo, esta dependencia en cuanto a gustos, no impidió desempeñar una entidad comercial propia. Las fuentes coetáneas hablan de esta circunstancia y ponen de manifiesto la madurez del comercio matritense: “Muchas son ya en Madrid las casas que gozan de una merecida y grande reputación por la riqueza y gusto de sus géneros, por la inteligencia y esmero de la confección y por la habilidad y riqueza del tocado”, la hermandad de la industria y del comercio garantizó el suministro, de manera que “No necesitaréis, pues, mis queridos lectores, recurrir al extranjero para vestir con elegancia, para calzaros, para adquirir riquísimas joyas ni para lucir graciosos tocados”.
No obstante, se regularizó el recurrente eslogan “nouvetés de París”, tan atractivo y sugerente. Otro mecanismo de reclamo para hacerse con una cuidada y selecta clientela era presentarse como modista francesa. Pero no tenemos la seguridad de que todas las modistas que abrieron sus salones en el señorío matritense fueran de ascendencia gala. Es probable que fuera una práctica habitual afrancesar sus nombres o anteponer al mismo un “madame” o “mademoiselle”:
“Si queréis abrigos de un módico precio y de un corte elegante, id a casa de Madame Hern, calle del Carmen, número 34. Los corta con sumo gusto y perfección y aunque los hace magníficos en su parte material, los hace también de igual corte proporcionados a todas las fortunas. […] Madame Hern tiene también un completo surtido de sombreros, y es una buena y graciosa imitadora de Alejandrine de París, con la cual ha aprendido el arte encantador de embellecer a las mujeres…”.
En el Correo de las Damas se da noticia de otras dos jóvenes hermanas modistas: “Mlle. Victorina, de quien hablamos alguna cosa en nuestro número anterior, ofrece, al público su taller de modista en la calle de Carretas cerca de la Puerta del Sol. A su buen gusto y habilidad, de que ya hemos visto algunas muestras, se reúne la circunstancia de que su hermana Mlle. Desiré, acreditada ya en esta corte, no dejará de asistirla con su dirección y consejos. Nuestras damas conocen bien a esta última por los trabajos que han hecho en uno de los talleres principales de esta Capital”.
Además, en algunos medios se consideraba que la modista “debe ser francesa. No se concibe como una mujer que hable el idioma de Castilla pueda cortar un traje a la moda”. La mención a estos talleres en las revistas redundaba en la publicidad de los mismos. Generalmente, en las crónicas se reseñan las novedades de las que podían disfrutar sus parroquianas o se habla del buen gusto y bien hacer: “Madama Tousaint, modista de la calle León, ha recibido un bonito surtido de rasos con dibujo enramado que son muy a propósito para estos sombreros. Es de todo rigor que los lazos estén muy bajos”.
Una consumada modista no sólo debía demostrar habilidad para el corte y buen gusto. Se le presuponía un sentido especial, una inteligencia superior y un “tino o tacto particular para arreglar los trages (sic) relativamente al físico de las personas que se los encargan: es decir, según el color, fisonomía, talla, formas, etc., de la parroquiana…”.
Entre las modistas más afamadas del Madrid romántico destacaron sin lugar a dudas Madame Petibon y Madame Honorine.
Madame Petibon, de nombre Celestina, tuvo su tienda en la calle de Preciados, nº 9, centro principal, aunque con anterioridad estuvo ubicada en la calle de Fuencarral, nº 4. Ofrecía una amplia variedad de géneros desde sombreros, abrigos, manteletas y guarniciones de flores y plumas. Entre la nómina de sus clientas aparece en primera línea la reina Isabel II, amén de otras ilustres damas de la familia real. Fue uno de los talleres más activo, singular y prestigioso. Celestina Petibon consiguió el título de proveedora real en 1874. Esta fecha confirma la prolongada actividad del taller, que presumiblemente estuvo funcionado desde 1830, si no antes.
Enriqueta Jeriort, conocida como Madame Honorine fue una de las modistas más singulares que, desde comienzos de los años sesenta del siglo XIX hasta dos décadas después ofreció sus servicios. Fue en la calle de la Victoria donde comenzó su actividad, aunque a comienzos de 1887 trasladó su taller a la calle de Alcalá, nº 80, piso primero. Con motivo de esa inauguración ofreció un lunch, particularidad que ilustra su proyección y consideración: “Uno de los redactores de La Moda Elegante, en representación de este periódico, tuvo la honra de asistir al espléndido lunch con que Mme. Honorine obsequió hace pocos días, con motivo de la apertura de su nuevo establecimiento de modas, calle Alcalá, núm. 80, piso primero. Demostración notoria de buen gusto y prueba inequívoca del adelanto del día, es, a nuestro juicio, cuanto allí se exhibe.- Madame Honorine ha sabido conciliar la riqueza y la elegancia con la sencillez y el más delicado gusto, como lo demuestran sus preciosos trajes para soirée, en los que citaremos uno de seda brochada con delantera de encaje Chantilly; otro de tul perla con flores bordadas, encantadoras sombrillas de encaje fruncido, para carruaje e infinidad de modelos de sombreros, desde el que recuerda a la época de Napoleón I, hasta la linda capota Manon. No es aventurado afirmar que la high life madrileña sabrá recompensar a Mme. Honorine de los afanes y desvelos que revelan sus alardes de poderosa iniciativa, y no vacilamos en asegurar a nuestras lectoras, que Madrid cuenta actualmente con una casa de modas, digna en un todo de los favores de la clientela más exigente”.
Este acto social viene a confirmar la reputación del salón y la puesta en marcha de un estudiado “marketing”, aun no siendo una práctica habitual.
En 1868 fue nombrada modista de Cámara de Isabel II, ocupándose de atender los encargos reales. El Museo del Traje., C.I.P.E., cuenta entre sus fondos con un traje, que ingresó en la institución en 1934 como legado de su S.A.R., Isabel de Borbón, hija de Isabel II. No cabe duda de la atribución al aparecer el nombre de la modista en el bolsillo interior de la falda, impreso con letras doradas.
Para mediados de la centuria se fue generalizando poner etiquetas con el nombre de las modistas en los trajes. Françoise Tétart-Vittu afirma que fue una invención de las casas de moda, como la casa Worth, abierta desde 1858.
En nuestro país, esta práctica se incorporó con gran inmediatez, si bien hay que señalar que en las zapatillas de la década de los años 30 y 40 también es posible encontrar restos de etiquetas. El uso de las etiquetas confirma la autenticidad de la prenda y supone, al mismo tiempo, la reafirmación en la calidad de la prenda y del taller.
Menos noticias tenemos de otro taller importante, el de madame Carolina. También modista de Cámara de S.M. y de SS.AA.RR, especializada en vestidos de baile y mantos de corte y con salón en la plaza de Santa Cruz, nº 2, centro principal.
Otros talleres de modistas que para los años ochentas del siglo XIX estaban ejerciendo su actividad fueron: Margarita Kempf, Madame Hevry, Julia Cervera, Paulina Forcatere, Madame Gabrielle, Madame Margarite...
TALLERES Y SALONES DE MODA EN MADRID
Como ya hemos anticipado, numerosos fueron los talleres y salones de moda. Algunos de ellos de renombre y disfrutando de una selecta clientela. Pero, paradójicamente, a pesar de la prolongada actividad de algunos, sólo tenemos constancia a través de fuentes indirectas. Tan sólo, en casos muy concretos, se han conservado trajes salidos de esos obradores, como hemos señalado.
La visita a la modista se convirtió en una actividad cotidiana para las damas de la aristocracia y de la burguesía. Una intensa actividad social y pública organizaba las agendas. Cenas, bailes, asistencia a estrenos de teatro, ópera y conciertos y otros encuentros grupales dictaban una etiqueta en la que el traje ocupaba un lugar destacado. De ahí que la actividad de muchos de los salones de moda estuviera marcada por el devenir de los acontecimientos sociales. Para la casa de modas, aquéllos representaban un marco singular para el lucimiento y proyección de la modista.
Mientras que unos se instalaron en los pisos principales, otros abrieron sus puertas a ras de calle. En estos casos los huecos con escaparates fueron el reclamo para la clientela femenina. No se descuidó dotarlos de una moderna arquitectura inspirada en los gustos románticos, que recupera las ojivas y otras tracerías góticas.
En cuanto a la forma de ofrecer las mercancías también se introdujeron novedades, primeramente incorporadas en los almacenes de ropas hechas: “Allí ya ha entrado la moda y el lujo con todo su furor; podéis ver los maniquís elegantemente vestidas atrayendo con su novedad la multitud. Tenéis magníficos gabinetes para vestir; grandes espejos en que recrear la vista, y finos y atentos jóvenes en el despacho".
Contamos con alguna referencia iconográfica de cómo sería la decoración interior de estos salones, pero corresponde a momentos posteriores al que nos ocupa. Sin embargo, podemos echar mano de algunos argumentos que pueden ayudarnos a definir la estructura interior de los talleres y salones. Había dos espacios bien definidos: el taller propiamente dicho, donde se realizaban los trajes, y la parte pública y representativa, el salón, destinado a recibir a las clientas, adornado con tapicerías elegantes, alguna cómoda y papeleras, asientos y en lugar destacado el espejo.
Los dos conjuntos objeto de este estudio representan en pequeño, una parte del mundo femenino decimonónico. El salón es la recreación del ámbito público del espacio doméstico, donde se muestra el “ángel del hogar”. Es el espacio representativo. Lo íntimo, personal e intangible, lo no visible, se escenifica en el vestidor o boudoir. En el salón se recibe a las visitas. Las modistas también recibían a sus clientas en el salón. Por ello, era un lugar de la casa de modas, preparado para la exhibición, para deleitar los sentidos. El espejo psiqué fue un indispensable del boudoir y de la casa de modas.
En Las modistas de Madrid, obra original de Francisco García Vivanco sitúa la puesta en escena estando el proscenio dividido por un pasillo y “a la derecha una habitación con varios veladores, en los cuales habrá cestos de costura, alfileteros, etc, etc, reloj de pared y una estufa: en la habitación de la izquierda un despacho elegantemente amueblado…”
¿CUÁNTO COSTABA UN TRAJE?
Un corpus documental, aunque disperso, lo constituyen las facturas y otros documentos comerciales aportando datos referidos a los encargos, los materiales y los precios.
El coste final de un traje dependía de la calidad de los tejidos empleados, de los adornos y aplicaciones y, por supuesto de la categoría del taller. Las facturas son un documento excepcional para valorar lo que podía suponer el encargo de un traje. En algunas de ellas, el desglose de las cantidades suele ser muy pormenorizado. Se llega a detallar los materiales empleados y el metraje, las aplicaciones, la hechura e, incluso, el coste del embalaje. Por ejemplo, conocemos que el taller de Madame Carolina cobraba por la hechura de un traje 500 reales de vellón, en 1867. La cantidad que se establecía por la hechura suele mantenerse como un concepto fijo. Realmente eran los materiales los que determinaban el precio final y llegaban a encarecer notablemente el atuendo, los tocados o los adornos.
Generalmente son precios elevados frente a las confecciones hechas que podían adquirirse en algunos de los almacenes de ropa confeccionadas, donde se incorporó la técnica comercial de los precios fijos y únicos. Celestina Petibon facturó por una manteleta de encaje de Chantilly para la reina Isabel II 12.900 reales de vellón en 1862. En la misma fecha y también para la reina, el salón de madame Honorine realizó una talma de terciopelo con encaje de Chantilly por un importe de 5500 reales de vellón. Si tenemos en cuenta que un profesor podía cobrar anualmente entre 10.000 y 11.000 reales es palmario el alto importe de las piezas reseñadas.
En otras ocasiones los talleres también llegaban a proveer simplemente del corte de una determinada prenda para que la confección se realizara en casa. A mediados de la centuria el corte de un vestido costaba 8 reales; el de una chaqueta, 6 reales; y una manteleta, 4 reales.
Fuente de la que se ha extraído la información:
PASALODOS SALGADO, Mercedes, “La pieza del mes. Junio de 2012. Visita a la modista”, Museo del Romanticismo.
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