HASTA QUE LLEGASTE A MI VIDA: Breve historia de los míticos Cafés del Madrid de finales del S. XIX.
Alonso Melgar de Alcázar, el protagonista de Hasta que llegaste a mi vida, asiste con regularidad a uno de los populares cafés que existían en el Madrid de finales del siglo XIX; el Café de Fornos.
Charlotte Gallagher, la protagonista, no podía ser menos. A ella le gusta visitar el Café Suizo, en gran medida, por su famoso chocolate.
¿Os apetece conocer un poco de la historia de estos cafés?
EL CAFÉ DE FORNOS
A finales del siglo XIX estaban en pleno apogeo los cerca de catorce cafés de la Puerta del Sol. Sus locales eran lugares de moda a los que acudía la mayor parte de los madrileños.
Lugar de reunión de artistas y de gentes de paso, el Café de Fornos se inauguró el 21 de julio de 1870, por el empresario José Manuel Fornos (ayuda de cámara del Marqués de Salamanca). El reportaje de la inauguración en la revista "La Ilustración de Madrid" fue obra del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y lo acompañaban fotografías de los techos del local pintados por Manuel Vallejo, así como del trabajo de los decoradores Terry y Busato. Los cuatro cuadros principales de Vallejo eran alegorías al "Té", al "Café", al "Chocolate" y a los "Licores y Helados".
Debido a su lujosa decoración de estilo Luis XVI, la apertura fue un acontecimiento en Madrid:
Su inauguración constituyó un verdadero acontecimiento llamando mucho la atención, no sólo por el decorado, las pinturas, los tapices y alfombras (aquella alfombra de terciopelo blanco), sino también por los amplios y cómodos divanes, las estatuas de bronce para sostener las lámparas (...) y particularmente la vajilla, toda ella de plata, incluso las cucharillas.
Antonio Velasco Zazo.
El café pronto fue visitado por madrileños de todas las condiciones; las crónicas posteriores narran numerosas cenas y banquetes, casi siempre reflejo de acontecimientos políticos o militares. Poco a poco fue ganando en elegancia decorando sus paredes con pintores de renombre en la época [...] Según crónicas era posible tomar un café en uno de sus lujosos salones por tan sólo setenta y cinco céntimos de peseta. Su suntuosidad sería evocada así por Zamacois:
El viejo Fornos, con sus bronces artísticos, sus zócalos de caoba y sus techos pintados por Sala y por Mélida, ofrecía no sabemos qué de suntuario y de frívolo, de distinguido y de escandaloso, de aristocrático y de bohemio, que, según el momento del día, invitaba a sus clientes a la contemplación silenciosa o acicateaba su regocijo. Cual si hubiese heredado partículas del espíritu de los dos últimos edificios que le precedieron en aquel sitio, el Fornos inolvidable de nuestra juventud tenía conjuntamente mucho de teatro y algo de iglesia.
Tras la muerte del empresario José Fornos en 1875, sus hijos acometieron una reforma del local que concluyó el 18 de octubre de 1879. Las reformas incluían un sistema de ventilación muy novedoso para la época que se encargaba de renovar el pesado aire lleno de humo.
La apertura del Teatro Apolo en el año 1880 le proveyó de numerosos clientes nocturnos. El diario del gourmet, revista de la época, citando al Fornos, subraya como novedad importante el ofrecer un servicio de cenas baratas a partir de media noche, como recurso para la gente que salía de los teatros. Un eslogan en forma de cuplé rezaba en 1904:
Ni Suizo, ni Levante Ni Inglés, ni Colonial No hay Café como el de Fornos Pa cenar de madrugá.
El café también fue a final de siglo lugar de reunión de cantaores flamencos. El Fornos tuvo, así, una doble vida, durante el día era un café prestigioso con un restaurante de lujo y por la noche se transformaba en lugar de citas y algarabía. El titular de un artículo de la época escrito por Julio Burell, «Jesucristo en el Fornos», habla por sí mismo. Según ciertas crónicas de la época había personas que llegaban a pasar hasta ocho días de fiesta ininterrumpida en los reservados de la planta baja (en estos reservados se realizaban almuerzos políticos, cenas privadas, etc. además podían ampliarse debido a la existencia de paredes móviles).
La violenta muerte de uno de los hijos del propietario y encargado del local, Manuel Fornos Colín, que se suicidó en uno de los reservados del café (el número siete) el 13 de julio de 1904, pegándose un tiro en la cabeza, desencadenaría la decadencia del Fornos. Tras su muerte se empezó a no dejar entrar a ciertas mujeres y muchos noctámbulos se vieron amenazados por las órdenes del conde de San Luis, por aquel entonces Gobernador de Madrid, que dispuso que los cafés cerrasen a las doce de la noche. Los hermanos procuraron mantener el negocio a flote durante cuatro años más, pero el 26 de agosto de 1908 cerró definitivamente.
Sin embargo, en mayo de 1909, volvería a abrirse con el nombre de Gran Café y con nuevo dueño: Marcelino Raba de la Torre. Se reanudaron las tertulias y las fiestas en los bajos del café. A pesar de ello en 1918 desaparece el Gran Café para reaparecer como Fornos Palace en forma de cabaret con mesas de juego. Finalmente, el Banco Vitalicio propietario del edificio desde 1923, decide reconstruir por completo la esquina, borrando cualquier rastro del café.
EL CAFÉ SUIZO
El Café Suizo fue un café de Madrid de mediados y finales del siglo XIX. Ubicado cerca de la Puerta del Sol fue considerado como el precursor de los cafés de tertulia en Madrid. Igualmente, fue considerado una tribuna pública en los periodos de revueltas políticas y lugar para enterarse "de primera mano" de las últimas noticias acerca del gobierno.
El café se inauguró el 3 de junio de 1845 por dos suizos llamados: Pedro Fanconi y Francisco Matossi. En honor a su país le dedicaron este nombre. Estos socios abrieron diversos cafés a lo largo de España en capitales como Bilbao, Burgos, Zaragoza o Santander.
Era un local amplio con un aforo de 500 personas. Típico café con mesas de mármol y paredes de felpa color escarlata. Se podía contemplar el interior del café a través de seis ventanales que ventilaban el gran espacio del café, tres de ellos miraban a la calle de Alcalá y los otros tres a la calle Sevilla (denominada antaño calle ancha de Peligros). La entrada se encontraba situada en la esquina entre las dos calles.
En la época era uno de los lugares que frecuentaban las mujeres respetables, ya que había un salón (denominado "salón blanco") adaptado para ellas y al que no podía asistir ningún hombre.
Se solía servir agraz y agua de cebada junto con sorbetes de diferentes sabores. Con posterioridad se hizo famoso el chocolate, siendo además de reseña el ponche. El café poseía en su espacio además de un restaurante capaz de ofrecer desayunos (a la carta), comidas y cenas.
El establecimiento llegó a albergar la tertulia de los hermanos Bécquer, y más tarde, la de Eusebio Blasco, Luis Rivera, Salvador María Granés y Manuel de Palacio; estuvo en funcionamiento hasta comienzos del siglo XX, más o menos hacia 1920.
Como curiosidad añadir que el típico bollo de la pastelería madrileña denominado suizo se elaboraba en este café. Bollo que más tarde tomó el nombre del local y que, en la actualidad, se vende en varias pastelerías tradicionales.
Espero que os haya gustado saber un poco más de los cafés que tanto Charlotte como Alonso visitan durante la novela.
En otra entrada os hablaré de un restaurante ubicado en pleno centro de Madrid, el mítico Lhardy. Fundado en el año 1839 por el francés Emilio Huguenin Lhardy, es uno de los primeros y más antiguos restaurantes de Madrid. En un principio el local abrió como pastelería pero, poco a poco, fue ofreciendo comidas. Desde el inicio fue famoso el consomé servido en el samovar, en plan auto-servicio. También ofrecía servicios de catering de alto standing a los hoteles y para las celebraciones de la alta sociedad.
Como restaurante ha sido alabado por los mejores críticos gastronómicos y aparece mencionado en numerosas obras literarias de los siglos XIX y XX. El escritor del 98, Azorín sentenció:
No podemos imaginar Madrid sin Lhardy.
Fuentes de las que se ha extraído la información:
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