AL ABRIGO DEL MAR: El auge de los Cafés Cantantes alrededor de la minería en la Almería del S. XIX.
La minería en la provincia de Almería fue vital para el desarrollo de su economía durante todo el siglo XIX. La tecnología de los siglos XIX y XX posibilitó nuevos métodos de extracción, manipulación y transporte de minerales. Las minas volvieron a rendir.
Se construyeron ferrocarriles, cables, descargaderos, poblados, acueductos, faros y carreteras. Se produjo un fulgurante desarrollo de los distritos mineros de Sierra de Gádor y Sierra Almagrera. Una apariencia de prosperidad retornó a las sierras del Cabo de Gata, la población aumentó en 14.000 habitantes (1900). Es la época de las canteras de plomo, cuando cables transportadores iban desde los riscos del Colativí y Huebro hasta Cabo de Gata y el ferrocarril de Lucainena llevaba mineral al descargadero de Agua Amarga.
Especialmente a partir de 1838, con el descubrimiento de un filón de plata en Sierra Almagrera, se crearon varias minas en explotación en Mojácar y alrededores. Además se instaló un alto horno de fundición de plomo en la playa que sería el primero de Almería y segundo de España. Esta será una época de esplendor para toda la zona en la que Mojácar alcanzaría su máximo demográfico: 6.382 habitantes según el censo de 1887.
Durante mi proceso de documentación sobre la minería almeriense encontré un artículo llamado Ingenieros noruegos en las minas de Almería del siglo XIX en el que se exponen los resultados de la investigación llevada a cabo sobre unos ingenieros noruegos destinados a las minas de plomo y hierro de las Sierras de Almagrera, Bédar y Alhamilla a finales del siglo XIX. Estos fueron contratados por la Compañía de Águilas y las casas Pohlig y Borner. En dicho artículo se revisa tanto su vida profesional como personal, debido a la documentación derivada entre España y Noruega.
El destacado protagonismo que tuvieron esta serie de noruegos en una de las compañías mineras más importantes establecidas en el sureste español me ayudó en la construcción de los personajes de la familia Sell.
Por otra parte, durante el siglo XIX la creación de cafés cantantes en torno a la riqueza que propició la minería en las diferentes zonas de la península española también fue muy notable en la región almeriense y murciana. Los Cafés cantantes, hasta que don Antonio Chacón llevara el flamenco a los teatros, fueron el escenario idóneo para un arte en vías de profesionalización, que provocó sucesivos acontecimientos en el ambiente artístico de la época.
El flamenco estaba presente en todos los Cafés de dicha índole, era casi su razón de ser, si bien, existían otro tipo de atracciones añadidas, que evolucionaron adaptándose al vaivén de los tiempos y de los gustos del momento. Si al principio el público demandaba el baile bolero, francés, inglés, aires nacionales, tonadilla, cancán o los transformistas, más adelante serían las «varietés»: copla andaluza o aflamencada y cuplé. Hay que tener presente que la palabra tonadilla y «varieté» eran muy globalizadoras, cobijando todo. No obstante, llámese como se llamase el local —café, salón o teatro—, en solitario o arropado, prioritario o secundario, el cante, toque y baile tuvieron en Almería un sitio muy importante. El número de Cafés que se crearon en la capital superó con creces la veintena; cifra que se aleja bastante de los tres o cuatro a los que se acostumbra en la bibliografía flamenca.
Me ha sido de gran utilidad y de lectura muy esclarecedora la consulta del libro Almería por tarantas: cafés cantantes y artistas de la tierra, especialmente el capítulo sexto titulado “Cafés cantantes en Almería”, ya que en él he podido encontrar una recopilación exhaustiva de todos los Cafés almerienses de los que hay referencias escritas y que a su vez pudieron ser contrastadas; anuncios de prensa con la inauguración de locales, publicaciones de los espectáculos de los artistas que llegaban a la capital, reseñas de las actuaciones acontecidas, así como la descripción del diseño interior de los locales y los distintos servicios que ofrecían al público.
Desde finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, los ingleses, franceses y daneses, entre otros, movidos por una necesidad placentera, por una curiosidad folklórica o por un deseo de aventura, convirtieron nuestro país en un destino para el viajero que buscaba climas agradables y ambientes exóticos en comparación con sus hábitos sociales y elementos culturales.
Los ingleses que iniciaron estos viajes por Andalucía, como Richard Ford, difundieron los atractivos artísticos y las curiosidades antropológicas a través de sus publicaciones, escritas a modo de manual o guía del viajero. Informaban sobre noticias prácticas —medio de transporte más adecuado según el viaje o la localización de las ciudades y de los pueblos, comentarios sobre posadas, mesones o ventas—; describían el paisaje rural y urbano; valoraban los atractivos culturales —monumentos histórico artísticos y obras de los artistas más representativos— y dedicaban gran atención a explicar los comportamientos de las clases populares y sus indumentarias.
Leí muchos de los cuadernos de viaje que diversas personalidades escribieron describiendo la provincia almeriense a su paso por los pueblos y su capital.
La descripción de Almería que se recoge en esta novela está basada principalmente en el escrito que dejó sobre ella Paul Pallary en 1892. Naturalista y paleontólogo francés que vivió en Orán desde 1891, analizando, además de la fauna, los restos arqueológicos de la prehistoria en el norte de África. Desde allí, se trasladó al sur de la Península para visitar Cartagena y Almería con el fin de estudiar las cuestiones económicas, antropológicas y geológicas que unieron las dos orillas del Mediterráneo, ya que en esos años había una fuerte emigración desde el puerto de Almería a Orán.
Las excavaciones de Siret (con quien mantuvo correspondencia y amistad) en los Millares fueron otra razón poderosa para este viaje, que dejó una espléndida descripción del poblado neolítico.
Asimismo, detalló los terrenos y los fósiles que encontró en su camino. Además de los motivos científicos que le trajeron a Almería, Paul Pallary era un curioso observador de lo que le rodeaba. Por esta razón, también describió las costumbres de los pueblos por donde pasaba y las características peculiares de algunos tipos humanos con los que se relacionaba.
A Almería llegó en plena feria de agosto, dejando el curioso testimonio de ese acontecimiento. Su relato se publicó con el título De Carthagène a Alméria, en la Revue Geografique Internationale, nº 235-237, V-VI-1895.
Espero que os haya gustado saber un poco más sobre la época en la que se desarrolla el romance de Román y Astrid, así como de algunos escenarios de la novela. ¡Gracias por leer esta entrada! ¡Os espero en la lectura de Al Abrigo del Mar.
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